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  • Foto del escritorEfecto Mcguffin

LBE: 01 LOS TRES FUNDAMENTOS PARA LEER



Empecemos con unos datos sencillos.


Pongámonos en la tesitura siguiente: imaginemos por un momento que, como padres y madres de nuestros hijos, nos preguntaran en qué nos gustaría que éstos ocuparan su tiempo libre. Vamos a darnos unos segundos para la reflexión antes de continuar con el artículo y apuntemos 3 cosas en una hoja (o mentalmente) que querríamos que hicieran en su tiempo libre.



BREVE MOMENTO DE REFLEXIÓN...

¿Salió la lectura en una de esas posibilidades?


Imaginemos ahora que tuviéramos que listar, por orden de preferencias, en qué grado querríamos que nuestros hijos e hijas hicieran las siguientes actividades en su tiempo de ocio: mirar la televisión, jugar a videojuegos, hacer deporte, leer, estar con sus amigos/as, pensar/relexionar...


Estos estudios ya se han realizado y no deja de ser llamativo (a un nivel de extraordinaria discrepancia) los resultados de lo deseado por los progenitores a los resultados de lo que realmente ocurre con sus retoños. Como podemos casi predecir, los últimos son casi una representación contraria de los primeros. Vamos a centrarnos exclusivamente en el apartado "LEER" y hagámoslo echando un vistazo a esta gráfica, que habla por sí misma:


TIEMPO DE LECTURA DIARIO

Deseos de los padres Tiempo real Fuente: Willngham, D.

(75 min.) (6 min.) Educando niños lectores


En nuestra sociedad, la lectura goza de un prestigio teórico que no se corresponde con el uso práctico que hacemos de ella. Sin salir del estudio anterior, justamente era el leer lo que ocupaba con esos 75 minutos ideales el top de preferencias parental entre otras tan saludables como podrían ser hacer deporte o estar con amigos. Ninguna otra opción, en cambio, marca tan bajo cuando se comprueba la realidad (si exceptuamos, como clavo final al ataúd de nuestros sueños, el "relajarse y/o pensar", que está en las mismas bajas cuotas de resultado real final).


No es nuestro papel interpretar estos resultados, solo presentarlos como lo que muestran: entendemos de cara a la formación de nuestros jóvenes la importancia de la lectura en todo el proceso, pero más allá de las palabras, desconocemos (en el mejor de los casos) cómo llevar a la práctica esto.


La lectura es una habilidad compleja en la que intervienen diferentes procesos mentales y conocimientos (de tipo fonológico, ortográfico, sintáctico y semántico, textual y contextual) para extraer e interpretar el significado de la información escrita. Leer consiste en descifrar el código de la letra impresa para que ésta tenga significado y, como consecuencia, se produzca una comprensión del texto. Dicho de otro modo, leer es un esfuerzo en busca de significado; es una construcción activa del sujeto mediante el uso de todo tipo de claves y estrategias (Defior, 1996).


Justamente, leer y pensar.


Un apunte más: cualquiera que esté o haya estado en una clase de infantil comprobará por sí mismo que el interés por leer y coger libros, aunque sea para mirar imágenes y dibujos, es alto en esas edades. A lo largo de la primaria ese interés desgraciadamente va bajando hasta llegar a cuotas tan bajas como las que vimos en el gráfico anterior, cuando hablamos de secundaria o bachillerato. ¿Qué ha pasado durante el camino? ¿Por qué los programas de lectura, las llamadas constantes en el aula y otros contextos a amar y consumir libros, caen en saco roto en la mayoría de casos? Aunque la razón es multifactorial, y cada caso personal es una historia diferente, los investigadores creen tener en la explicación del aprendizaje vicario familiar una buena causa para ello. Todos coincidiremos en que es muy mala idea decirle a un niño/a que no ponga los pies encima de la mesa al mismo tiempo que nos ve reposando los nuestros en ella. Eso vale para mil ejemplos más.


¿Por qué con el leer tendría que ser diferente? Por mucho que nos esforcemos en repetir que leer es genial, si nuestros hijos no nos ven coger nunca un libro o lectura, no tienen un ejemplo ni modelo alguno sobre el que sustentar esa supuesta importancia de la que solo oyen hablar, pero nunca materializarse ante sus ojos. Aclaremos pues de entrada este punto: tener una biblioteca en casa a la que se acude regularmente, contar cuentos e historias a los niños cuando son pequeños con un libro en la mano, regalar libros entre miembros de la familia, visitar la biblioteca municipal y otras actividades de ese mismo tipo, sin estar sistematizadas, son una base magnífica para empezar con ese modelo. Nuestros anhelos estarán emparejados con nuestros actos. Una combinación con muchas más posibilidades de éxito para el presente y futuro lector de nuestros hijos.


¿Cuándo empezar?

La respuesta es clara: ya.


Vaya por delante que cuando contestamos que hay que empezar cuanto antes mejor, debemos evitar malas interpretaciones con este concepto. Justamente porque leer necesita de muchos factores previos consolidados antes de empezar a decodificar letras y palabras, es por lo que hay que empezar cuanto antes. Que nos vean leer ya es empezar cuanto antes. Contarles esos cuentos, con imágenes, ya es empezar cuanto antes. Incluso hablarles con afecto, modulando la voz cuando hablamos a los bebés, es empezar cuanto antes. Jugar a identificar sonidos, ejercicio/juego especialmente clave, como veremos en los artículos dedicados a la decodificación de manera explícita, también es empezar cuanto antes. Ampliar vocabulario, darles a conocer y vivenciar todo tipo de experiencias, curiosidades y demás hechos y conceptos que les rodean, es empezar cuanto antes. Y es que, más pronto o más tarde, nuestros hijos deberán afrontar con éxito los tres grandes retos para leer:


- Que decodifique con facilidad.


- Que entienda lo que lee.


- Que le guste leer.


Decodificación, comprensión lectora y gusto por la lectura. Los tres grandes ejes sobre los que deben girar todas nuestras acciones. Con faltar solo una de esas patas, el lector que queremos que sea tendrá graves dificultades para serlo. Y el trabajo empieza en casa, porque sabemos que ahí está la base de todo. La escuela, por supuesto, ayudará en el proceso, pero la influencia de unos padres es insustituible. Como dice Willingham de manera clara "Si queremos educar a un niño que lea, no deberíamos confiar mucho en su escuela". No es una crítica a la institución y su papel, sino una llamada a que los mismos padres y madres que anhelan que su hijo/a dedique 75 minutos diarios de lectura en su tiempo libre, vean que puede hacerlo algún día.


En las siguientes entregas de este monográfico, iremos desentrañando punto por punto esos factores clave, ya sea desde una perspectiva familiar o escolar, basándonos en las evidencias con las que contamos a día de hoy, para entender y conocer qué podemos hacer para facilitar el acceso y dominio de esos tres grandes retos. Esperemos que os apuntéis al viaje. ¡Bienvenidos a bordo!

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