Si bien no me prodigo en las críticas a libros por estos lares, la publicación de la primera obra de Juan Fernández (@profesmadeinuk) era un objetivo ineludible por varios motivos:
El primero, la admiración y respeto profesionales que le tengo a Juan desde que supe de él hará poco más de año y medio y su fabuloso, entonces blog, http://profesmadeinuk.blogspot.com/, hoy reconvertido en su no menos imprescindible www.investigacióndocente.com. Su aproximación a la educación informada en la investigación y la bibliografía y autores escogidos para hacer extensas entradas de comentarios sobre sus propias obras, son hoy en día un referente ineludible para cualquier profesional de la educación que quiera saber algo sobre eso que popularmente llamamos "Educación Basada en la Evidencia" en lengua castellana.
El segundo motivo es todavía más sencillo: pudiendo haber coincidido con él y charlado "off the record" varias veces, que es donde podemos conocer mejor a las personas en eso que llamamos ciberespacio, más allá de nuestros personajes digitales, además de haber podido preparar y compartir una charla sobre Educación en esa maravilla que tiene montada Íngrid Mosquera @imgende con sus charlas educativas, lo tuve decidido sin más: Juan es un muy buen tipo. Ahí pecaré de todos los sesgos que quieran achacarme, pero los expongo para dejar claro que Juan me cae muy bien. Y a los amigos hay que cuidarlos, así que mi amigo Juan ha escrito un libro y yo quiero compartirlo desde mi web.
El tercer motivo es ideológico. Una vez terminada la obra (y releída una segunda vez) coincidía en todo lo expuesto en ella, su visión de la Educación, su crítica a la simplicidad con las que nos quieren solucionar a veces el "problema educativo" (por ponerlo en estos términos) y porque creo, estoy seguro, que este libro, entre líneas, nos quiere decir mucho más de lo que dice. Dar a conocer el mensaje de esta obra, por coincidencia ideológica con su autor en cuanto a educación se refiere, es pues una lógica consecuencia, y más cuando en los grandes foros mediáticos educativos no vamos precisamente sobrados de este tipo de mensajes, que invitan antes a la reflexión que a lanzarnos ciega y acríticamente en brazos de la siguiente moda educativa que alguien quiera vendernos o colocarnos.
Entremos pues en materia y hablemos de este magnífico libro.
En el primer capítulo, "Elogio de la complejidad", Juan Fernández nos advierte muy acertadamente de cómo nuestro cerebro está diseñado para categorizar y simplificar los muchos inputs que recibimos a lo largo de nuestra vida, en aras de automatizar respuestas eficientes y no sobrecargarse en exceso. El problema es que muchas veces esa automatización (válida, por ejemplo, para conducir un coche) nos lleva a una simplificación que no todos los órdenes de la vida tienen. Y ahí, en ese enorme marasmo de incertidumbre, se encuentra la Educación. Es un capítulo dedicado a hablar de los sesgos que nos encierran en una manera de pensar muchas veces monolítica, más allá de las evidencias que puedan contradecir ese pensamiento, de comprobar lo fácil que es engañar al cerebro con explicaciones simples, pues es lo que éste busca, y peor aún, cómo siendo expuestos a frases inciertas muchas veces, somos mucho más vulnerables a creer en ellas por el simple de haberlas oído muchas veces, una vez más huyendo de las pruebas que nos dicen que eso es falso. La familiaridad es un enemigo de lo racional en demasiadas ocasiones, y el autor nos lo explica mediante un experimento que, por no hacer spoilers, les ruego lean con atención, pues explica muchas cosas de las que vivimos y sufrimos como sociedad, más allá de la escuela. Otro punto interesante de este capítulo es el que critica esa aseveración tan de moda, y particularmente chirriante, de que la educación debe adaptarse a los oficios del futuro. Juan Fernández se limita a decir que el rey va desnudo: ¿qué formación en unas profesiones futuras podemos dar si aún no sabemos de qué profesiones estamos hablando? Ese tipo de mantras proféticos (cuando no apocalípticos) reconozco que suelen ser los que más desazón me suelen provocar en los debates educativos, por la vaciedad real de sus propuestas y, en cambio, la enorme difusión del que gozan, a todas luces inmerecido. No hay en Educación nada más pasado de moda e inútil que la penúltima moda educativa que hubiera unos años atrás, de la que nadie se acuerda. Hay mucho de rescatable en la noble tradición de esta nuestra querida profesión, lo cual no es una negación de la necesidad de ir cambiando e innovando para mejorar y afinar el proceso de enseñanza-aprendizaje; pero siempre debería basarse en el objetivo loable de tratar de mejorar, nunca de estar a la última por ser lo más "cool".
En el segundo capítulo, "Una noción compleja de la verdad", el autor complementa lo anteriormente expuesto mediante la defensa, nada postmoderna, de la verdad y su búsqueda mediante "un proceso metódico, sistemático, revisable y lo más objetivo posible". ¿Qué más se puede añadir? Eso es, sin duda, una piedra angular de la Educación Guiada por la Investigación y coincido, una vez más, plenamente con ella. ¿Podría concretarse más esta propuesta? Sin duda, pero la obra cumple el cometido de carta de presentación. Ya habrá tiempo en un futuro de concretar paso a paso cómo hacerlo, o al menos, promover el debate y reflexión de que éste es el objetivo al que debemos aspirar, aunque aún no tengamos los mimbres claros de cómo construirlo. Temo que la respuesta, en caso de hallarla, merecería por sí sola un libro entero. Sigue el autor hablando de neuromitos (¡no podían faltar!) y de la importancia de los conocimientos, esos sospechosos habituales en los brindis al sol constantes de ciertos "expertos educativos", algunos demasiado cercanos (por desgracia) a altos puestos y mandos de Ministerios y Consejerías educativas. Por cierto, memorable el repaso que hace @profesmadeinuk a los rankings de escuelas Top, con argumentaciones de peso ante tanto show sin datos objetivos que puedan sustentarlo. Este ha sido para quien esto escribe, quizás, el capítulo más disfrutable de todo el libro.
El tercer capítulo habla de motivación y la simplicidad con la que muchas veces se utiliza el término. Momento de hablar de motivación intrínseca y de motivación extrínseca, de metas de aprendizaje y metas de resultado. Y ante todo, dos ideas casi me atrevería decir que políticamente incorrectas: el aprendizaje precede a la auténtica motivación y la motivación sin aprendizaje no nos sirve. Nada más que añadir señoría.
El título del cuarto capítulo, "El poder de las emociones desagradables", ya nos indica por dónde van los intenciones del autor. Más allá de esa afirmación, lo interesante es hablar de la intensidad de esas emociones (una emoción exacerbada puede impedirnos pensar adecuadamente, independientemente de cuál sea su naturaleza) y cómo este término se ha utilizado por parte de algunos para demonizar a quien no apuesta en el aula todo el rato por emociones "positivas". Pues bien, Juan Fernández defiende emociones como la frustración (siempre en un contexto de intensidad leve) como motor para la mejora y cómo la complacencia con nosotros mismos (emoción positiva) puede llevarnos a la soberbia (nada recomendable). Tal como defiende el autor, "hay que legitimar la tristeza y otras emociones negativas". Especialmente estupendos son los fragmentos donde, por una parte, se habla del poder de las historias y la defensa de poner en el centro del aprendizaje de un alumno, no al alumno, sino al aprendizaje. Esa primera reflexión sobre contar historias, me retrotrae a la defensa que siempre hago de que, juntamente a nuestra experiencia y el dominio de ciertas técnicas, nuestra profesión es un arte. Y en el arte de comunicar a nuestros alumnos se encuentra una buena parte del secreto del éxito en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Llegamos al capítulo 5, "El lenguaje de las expectativas" con una defensa por parte del autor de cómo debemos centrarnos en el hacer del alumno y no en el ser de éste, toda una defensa del buen feedback, uno de los recursos más eficaces cuando lo utilizamos desde esa perspectiva; también hay una reflexión muy lúcida sobre arquitectura y las expectativas que como sociedad tenemos hacia la Educación, en definitiva, sobre qué valor real damos a la escuela a día de hoy y el aprendizaje de nuestros hijos e hijas.
Con los capítulos 6 y 7, Juan Fernández realiza un repaso certero a la venta indiscriminada de métodos y más métodos, con más finalidad en colgarse una medalla o conseguir la certificación correspondiente (ya sea un centro o un particular) que en realmente aplicarlos, revisarlos, cambiarlos y mejorarlos. Ahí respaldo al 100% la reflexión de Juan sobre la importancia de no privar a nadie de la posibilidad de acceder a unos contenidos y vocabulario mínimos y la relevancia absoluta que tiene en todo el proceso de formación de un alumno la lectura. También hay espacio para la tecnología, indudablemente compañera desde hace tiempo en la escuela de todo el proceso de aprendizaje, pero con todos los matices y reservas que hay que tener en cuenta (que no son pocos). Y por supuesto, otra vez a contracorriente, la defensa de lo "inútil". Sí creo que ahí le faltaron comillas, aunque su posterior argumentación no deja lugar a dudas: a veces nos centramos en resultados inmediatos, cuando la educación es sembrar mucho y recoger poco, al menos en un corto-medio plazo. Nota final: No hay un método infalible, que sirva para todo, para todos, para todas las ocasiones en cualquier circunstancia. Como en los prospectos médicos, léase la letra pequeña donde van escritas las contraindicaciones y donde ni los malos son tan malos ni los buenos son tan buenos. A eso le llamo el Efecto Eastwood, porque es justamente lo que en la Educación Guiada por la Investigación nos vamos a encontrar cuando hablemos de métodos. Todos tienen fortalezas y debilidades, ventajas y defectos, según el contexto en el que se implementen.
Añadiré al respecto una reflexión más que hice no hace mucho al respecto: Personalmente, me interesan más las debilidades que las fortalezas de un método; esto es porque las segundas son visibles para mí (por eso aplico ese método, porque me convenció de sus usos para mi clase), pero las primeras se esconden debajo de mis propios sesgos, esos que me hicieron escoger ese método.
Cerraremos este resumen del libro con tres ingredientes para una buena práctica docente según Juan Fernández: tenemos que ser profesionales reflexivos, cultivados y entender que como tales, mediante el vínculo que establecemos con nuestros alumnos, estamos, de alguna manera, ayudando a construir un mundo más equitativo y justo. Quizás sea este último ingrediente un exceso de optimismo por parte del autor viendo la que está cayendo últimamente, pero por una vez permitámonos soñar en que este bello oficio tiene, entre sus máximos atributos, el germen por formar y educar a nuestros ciudadanos del futuro para que, como decía mi querido Machado, sean, en el buen sentido de la palabra, "buenos".
En definitiva, el autor tiene un discurso pausado, reflexivo, equilibrado y muy prudente. Quizás algunos quisieran que hubiera sido más tajante o concreto en algunos momentos, pero justamente he disfrutado del hecho de ir haciendo inferencias a lo largo de la obra con miles de ejemplos que tenemos muy presentes en nuestro oficio; en algunos casos tienen nombre y apellidos, en otros nombre de escuela o institutos, en otros nos retrotraen a anécdotas vividas u oídas, en no pocos vislumbramos discursos homogéneos e inflexibles conocidos y métodos milagro de cuyo nombre no quiero acordarme... Por mi parte agradecer a Juan su labor en redes y haber fomentado aún más la reflexión con esta obra entre nuestro colectivo, lo cual nunca es suficiente. El libro se devora con rapidez y sienta las bases de otros que, seguro, vendrán en un futuro y consigue, con sencillez (hermosa paradoja), explicarnos la complejidad del hecho educativo.
Los esperaremos con los brazos abiertos, sabiendo que son la palabra de un profesional honesto, metódico y enamorado de esta profesión. Enhorabuena por ello, Juan.
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