Permitidme la osadía de hablaros también de sensaciones en una web que apuesta por las evidencias en Educación y lo racional. Ya hace días que en mi escuela, un centro de Zona Rural al sur de la provincia de Tarragona, sentimos el acecho cada vez más próximo del bicho. Superamos con éxito casi absoluto el 1r trimestre, cerrándose solamente durante 5 días las dos clases de Infantil, pero en Primaria todo fue sobre ruedas. Con sinceridad, la experiencia del curso pasado en pleno confinamiento fue a nivel personal y profesional un auténtico disparate estresante y nada gratificante donde vivimos en carne propia las tremendas limitaciones de la educación virtual, sobre todo si ésta se realiza con niños (¡cómo eché de menos la instrucción directa, el contacto humano y el feedback instantáneo...!).
El pésimo recuerdo de esa experiencia hace que cada semana que ha pasado hasta hoy desde septiembre la viva como un triunfo, añadido al hecho que cambié de escuela y llevamos entre manos como claustro una serie de proyectos de futuro que me tienen encandilado. Quizás os hable de ellos algún otro día.
Pero hoy (¡ay, hoy!) nota uno el aliento del covid-19 acechando como nunca este curso y mucho me temo que la resistencia numantina que llevamos a cabo toque a su fin. En el pueblo actualmente el bicho arrecia con fuerza y cada día son más los habitantes que van marcando positivo en el test y, por ende, nuestros alumnos los que empiezan a arrastrar las consecuencias de un confinamiento forzoso por contacto directo con alguno de ellos, ya sea por familia (los más) como por amistades. Cada nuevo caso pone en funcionamiento una cuenta atrás que, de confirmarse el temido positivo por parte de uno de nuestros chicos o chicas, nos cierre el aula durante un tiempo por determinar. A ratos parece inevitable. Y quizás nos toque mañana, pero lo que es seguro es que lo viviremos como una derrota, momentánea eso sí, pero derrota al fin y al cabo. Aunque muchos de ellos lo negarán si están en grupo, también los alumnos. Muchos en 6º de primaria, donde ejerzo este año de tutor, saben lo que se juegan y la perspectiva del confinamiento (y las aulas virtuales) no les tiene nada motivados. Saben que no van a ser unas vacaciones estimulantes precisamente. Y ¡qué demonios! en clase, dejadme presumir ni que sea un poco, no nos lo pasamos nada mal entre fracciones, raíces y desinencias verbales o aprendiendo los cambios físicos y químicos de la materia.
Esa es la auténtica magia del proceso educativo. Y no queremos dejar de sentirla.
Totalment d'acord. Res com el contacte directe amb els alumnes.
Gracias por tu comentario. Desde luego la tecnología en educación tiene su miga a la hora de avalar su beneficio. Sin duda alguna, se trata de uno de los recursos más sobrevalorados a día de hoy si nos atenemos al alto coste que supone y la ingente propaganda (a favor) que siempre tiene. A veces el exceso de ruido (espectáculo, negocio, interés político...) ensordece los verdaderos logros del día a día en el aula.
Cómo me identifico contigo; la experiencia de la educación on_line dejó un recuerdo amargo, faltaba lo esencial, el contacto, las relaciones q se producen en nuestras aulas. Esto nos previene de falsos mitos, ahora parece que la tecnología es la nueva diosa que pretende elevarnos por encima de nuestros límites; y son precisamente estos, el ser humano como aprendiz entre aprendices, siempre inacabado, social, interdependiente y su consecuencia, necesitamos a los demás para poder ser, lo que debe caracterizar la buena educación.